Hace algunos días leí un artículo interesante en el que el autor exploraba la idea de permitirle a los estudiantes la oportunidad de opinar siempre y cuando pudieran argumentar su opinión.
En este mundo de la información resulta fácil confundir – de acuerdo a Platón – una opinión o creencia con conocimiento certero. Una de las cosas que más me llamó la atención del artículo fue lo siguiente
The problem with “I’m entitled to my opinion” is that, all too often, it’s used to shelter beliefs that should have been abandoned. It becomes shorthand for “I can say or think whatever I like” – and by extension, continuing to argue is somehow disrespectful. And this attitude feeds, I suggest, into the false equivalence between experts and non-experts that is an increasingly pernicious feature of our public discourse.
– Patrick Stokes, No, you’re not entitled to your opinion
Como dice P. Stokes, el problema está en creer que opinar significa “yo puedo decir lo que me de la gana” – así sea un disparate – y los demás deben aceptarlo porque es mi opinión.
Si te están preguntando por tu sabor de helado favorito no tiene que existir discusión alguna, pero si te preguntan sobre el calentamiento global resulta que hay gente sin la más mínima formación científica – que por diversas circunstancias, muchas veces políticas – se creen en capacidad de opinar. Pero lo peor es que quieren que su opinión se tenga en cuenta. Y la verdad es que no hay motivos razonables o lógicos para prestarle atención. Sin embargo, a veces nos parece mal el no permitirle a un personaje de estos su derecho a opinar. Yo diría que, ¡No! No tienes derecho a opinar.